Por: Pablo Rosero Rivadeneira
Coordinador Técnico
Centro Cultural BEAEP
En los últimos años ha circulado en diferentes medios un dato preocupante: en Ecuador, una persona, en promedio, lee medio libro al año. Suele atribuirse este dato a un estudio realizado por el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC) en el 2012, sin embargo, revisando este documento, constatamos una realidad más dolorosa: el dato no existe así como casi no existen cifras sobre el libro y los hábitos de lectura en el país.
De acuerdo a ese estudio, Chile y Argentina son los países donde más libros se leen por año en América Latina: 5,4 y 4,6, respectivamente. Les sigue Brasil con 4,0 y, algo más distante, México con 2,9. Colombia, nuestro vecino, se encuentra en 2,2; sin embargo, son dignas de elogio las iniciativas de mejora que, en la última década, han surgido en ese país, principalmente en Medellín cuya red de bibliotecas públicas se ha convertido en un referente a nivel de Iberoamérica.
Números aparte, no hacen falta estadísticas para constatar que el libro y la lectura afrontan una aguda crisis en el Ecuador. Basta comprobar que, en muchas capitales de provincia, ni siquiera existe una librería y, de haberla, apenas sobrevive con la venta de útiles de papelería más que por la venta de libros. En varios cantones no existen bibliotecas públicas y, de haberlas, adolecen de graves limitantes para su desarrollo.
Empero, no es el momento para llorar nuestra triste suerte sino para aportar, desde todos los espacios de la sociedad, acciones concretas que vayan transformando esta lacerante realidad. Demandar, por ejemplo, que el Estado libere de impuestos y gravámenes a la importación de libros o que las personas o instituciones que patrocinan actividades de fomento del libro y la lectura puedan deducir estos apoyos del impuesto a la renta.
También podemos -y esto es imperativo- superar la idea de que la cultura atañe solo a la “gente culta”. Superar las envidias y rencillas de los cenáculos culturales y abrir de par en par la puerta para que en nuestras anquilosadas mentes entren los vientos del cambio y la apertura.
Inculcar con amor, con paciencia, con optimismo, el hábito de la lectura en los niños y jóvenes. No obligándoles a leer para cumplir el pénsum sino para alimentar su espíritu y aguzar su mirada crítica y receptiva de la realidad. Reconocer que, así como tenemos derecho a la educación, a la salud, a la vivienda, también la cultura es uno de nuestros derechos fundamentales. Quizás el más importante a la hora de construir una sociedad mejor.