Por: María Helena Barrera-Agarwal
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En 2011, en las páginas de Revista Artes, publiqué un artículo intitulado ‘La pervivencia de la memoria’. Trataba el mismo de la importancia de la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit (BEAEP), celebrando su “tarea paciente y exenta de ostentación o de publicidad”, iniciada por su fundador y continuada por generaciones de bibliotecarios y archivistas. No anticipé nunca tener que volver al tema una década más tarde, con un alegato en pro de su supervivencia.
Varias, elocuentes voces se han elevado ya en defensa de la BEAEP - las de Alexandra Kennedy Troya, de Leonardo Valencia y de Juan Pablo Aguilar deben citarse. No dudo que otras muchas habrán de unírseles. El que se prive de fondos del erario a una institución tal debería, en un mundo ideal, crear una reacción nacional. Guardar silencio es ser cómplice de un atentado contra nuestras culturas: la BEAEP es el mayor y mejor repositorio de la memoria histórica del Ecuador. Esa afirmación no es hiperbólica; refleja, simplemente, una indudable realidad.
Existen, desde luego, muchos otros repositorios en el Ecuador, tanto públicos como privados. Ninguno, empero, ha sido conducido con mayor visión o con mejores resultados. Respetando las distinciones de contexto, la BEAEP es equiparable con instituciones internacionales, como la Biblioteca Pública de Nueva York (NYPL). Ello, no solo por lo sustancial y completo de sus colecciones, sino también por la similitud de sus servicios y de sus circunstancias estructurales.
La NYPL es una biblioteca pública, no porque sea controlada por el estado o por la municipalidad de Nueva York, sino porque es libremente accesible a todos quienes deseen acceder a sus colecciones. Se trata de una institución privada e independiente, que goza, por su preeminencia, de un financiamiento dual: una parte de su presupuesto proviene de fondos propios, filantrópicos y autofinanciados, mientras que otra, sustancial, procede de contribuciones otorgadas por el erario público. De idéntico modo, es indispensable que la preeminencia de la BEAEP y su indispensabilidad para el país sea reconocida con la adjudicación de fondos estatales.
El negar tales fondos implica una ceguera de proporciones catastróficas. La memoria histórica de los pueblos no se sustenta en abstracciones. Emerge de manuscritos, impresos y artefactos -bases materiales de las culturas del país. La subsistencia de un patrimonio tal no está nunca asegurada – trágicos ejemplos de destrucciones, voluntarias o causadas por incuria, abundan. Es obligación del estado contribuir a las instituciones, tanto públicas como privadas, que se han constituido en exitosos bastiones de la conservación de esos acervos.
A los argumentos que preceden, agrego uno personal: todo trabajo sobre historia ecuatoriana, particularmente respecto de temas del siglo diecinueve, estaría incompleto en ausencia de la BEAEP. Mis investigaciones sobre Juan León Mera, José Mejía Lequerica, Dolores Veintimilla y Eloy Alfaro no habrían sido posibles de no mediar la riqueza de sus acervos. Mi caso no es único. Desde su fundación, en 1930, la BEAEP ha acogido a incontables investigadores, tanto nacionales como extranjeros. Innumerables son los volúmenes que reflejan esa verdad, escritos en lenguas y latitudes diversas. ¿Hemos arribado acaso a una etapa en la que se puede desconocer una contribución tal? Esperemos que una pronta reconsideración gubernamental de fe de lo contrario.