Por: Pablo Rosero Rivadeneira
Coordinador Técnico
Centro Cultural BEAEP
Al referirse a la catástrofe del 16 de agosto de 1868, la historiografía suele utilizar el término «terremoto de Ibarra», cuando lo más acertado sería «terremoto de Imbabura», tanto por los estragos, que abarcaron toda la extensión de la provincia (que por entonces comprendía también lo que hoy es la provincia del Carchi), como por la ubicación del epicentro, que no estuvo exactamente en Ibarra sino en las estribaciones del Cotacachi.
Mucha tinta ha corrido desde entonces, y no es infrecuente la repetición de lugares comunes que no profundizan en el impacto que significó no sólo para Imbabura sino para el país la desgracia sufrida. Poco se suele comentar, por ejemplo, acerca de los daños sufridos en Quito y sus alrededores.
El 19 de agosto de 1868, tres días después de la catástrofe, el P. Francisco Javier Hernáez, superior de la entonces Misión Jesuita Ecuatoriana, escribía, desde Quito, la siguiente circular dirigida a todas las casas jesuitas. El P. Hernáez menciona dos datos tomados de la comunicación del gobernador de Ibarra Manuel de Zaldumbide, escrita el 17 de agosto, lo que hace verosímil suponer que el posta que llevó la carta hizo prodigios para vencer los obstáculos de los caminos destruidos y llegar a Quito en apenas dos días.
El texto del P. Hernáez, tomado de la Historia de la Compañía de Jesús en el Ecuador 1850 – 1950 del P. José Jouanen, S.J., dice:
«Dos palabras para manifestar a V[uestra] R[everencia] la tribulación que nos aflige: el domingo 16 a la una de la mañana nos visitó el Señor con un temblor horroroso que duraría como un minuto. Teníamos como dieciséis enfermos en casa de una peste de catarro que anda por toda la ciudad, y todos los enfermos tuvieron que levantarse, así como los sanos, para salvar la vida en el patio grande de la Casa de la Moneda[1]. La comunidad se salvó toda y ninguno pereció, aunque se desplomó un tránsito entero y todo el edificio quedó cuarteado y, por varias partes, desprendido.
La torre que acaba de edificar García Moreno ha quedado desplazada[2], y es enemigo que nos amenaza constantemente, porque ha quedado ya vencida y todavía siguen los temblores, aunque no fuertes. La iglesia ha sufrido poco, y la capilla de la beata Mariana[3] ha quedado intacta, de suerte que el mismo domingo, por la mañana, pudimos decir misa en ella[4].
La comunidad, que se compone como de cincuenta, ha salido al campo y se halla dividida en dos haciendas: era imposible tenerla en casa con el inminente peligro de los temblores que hasta esta mañana a las seis se han repetido. Yo estoy con algunos pocos en casa y habitamos en los pisos bajos, que son bóveda muy sólida y resisten mucho. Todo nuestro cuidado está en derribar la torre, porque está muy inclinada hacia el templo y si cae lo dejará aplastado. El Gobierno también está muy solícito sobre este particular, y ya nos ha enviado gente para derribarla. Dios quiera que cesen los temblores, a lo menos durante este trabajo, para que no perezcan los pobres albañiles que suben por obediencia a derribarla.
Toda la ciudad se halla desolada: la plaza y los ejidos llenos de gente, pasando los días y las noches en tiendas de campaña. En la plaza están situados los confesionarios para la multitud que concurre a este santo sacramento. Allí también se han colocado altares para decir misa, aunque en nuestra iglesia también se dicen muchas. El Supremo Gobierno tiene el despacho en las covachas, que son unas bóvedas subterráneas de la Casa de Gobierno[5]. El Sr. Arzobispo[6] está en Santa Prisca, parroquia que toca al Ejido de la ciudad.
Pero en donde ha hecho estragos horrendos el terremoto es en la provincia de Imbabura: Ibarra, Otavalo, Cotacachi casi no existen; ha quedado soterrada casi toda la población y apenas se ha salvado, según dicen, la sexta parte del personal.
El gobernador de Ibarra dice que no encontraba en toda la ciudad un tintero ni pluma para dar el parte. Hoy han salido de Quito los PP. Aguilar y Sosa[7] con cuatro médicos, enviados todos por la humanidad del Gobierno Supremo para aliviar la ciudad de Ibarra.
Han quedado muchos vivos entre los escombros, otros heridos y lisiados, que hay necesidad de desenterrarlos. En Quito han sido como treinta y siete las víctimas.
Ayúdenos V[uestra] R[everencia], con todos los nuestros, rogando a Dios que se digne mirarnos con misericordia. «Domine, non secundum peccata nostra facias nobis, neque secundum iniquitates nostras retribuas nobis»[8].
Además de las dos haciendas para los juniores, se hallan el P. rector y el P. Luciano en Chillo y los Proaños con el P. Garcés en Machachi[9]». (Jouanen, S.J., 2003)
Bibliografía
- Aguilar, S.J., Federico Cornelio. s.f. «Catástrofe del 16 de agosto de 1868.» En Monografía de Ibarra Volumen V. Sociedad Amigos de Ibarra
- Catalogus Provinciæ Castellanæ Societatis Jesu ineunte año MDCCCLXVIII. Madrid: Eusebio de Aguado, impresor de la cámara real.
- Jouanen, S.J., José. 2003. Historia de la Compañía de Jesús en la República del Ecuador 1850 - 1950. Quito.
Notas al pie
[1] La Casa de la Moneda estaba ubicada en el ángulo nororiental del antiguo edificio jesuita que hasta 1767 abarcó toda la manzana comprendida entre las actuales calles García Moreno, Espejo, Benalcázar y Sucre, de Quito. Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, el edificio tuvo diversos usos. El patio que se menciona en la carta está ubicado en el actual Centro Cultural Metropolitano, exactamente en la esquina de las calles García Moreno y Espejo, de Quito.
[2] La torre de la Compañía de Quito ―la más alta y bella de la ciudad, según algunos cronistas― ya había sido derrocada a consecuencia del terremoto de Quito de marzo de 1859. García Moreno la reconstruyó, de su propio peculio, en 1865. Esta segunda torre es a la que se refiere la carta.
[3] Mariana de Jesús Paredes y Flores, beatificada en 1850 y canonizada un siglo después, el 9 de julio de 1950.
[4] En el mismo día del terremoto. En Ibarra probablemente fue imposible que los sacerdotes celebrasen misa regularmente en ese día.
[5] Estas «covachas» aún existen; están ubicadas debajo del pretil del Palacio de Carondelet en Quito.
[6] El arzobispo era José Ignacio Checa y Barba, quien fuera antes el primer obispo de Ibarra (1867-1868). Al ser nombrado arzobispo de Quito, pocos meses antes del terremoto, dejó nuestra ciudad para trasladarse a la capital.
[7] Se refiere a los PP. Federico Cornelio Aguilar y Roberto Sosa. El P. Aguilar, exactamente un mes antes del terremoto, subió al Imbabura, en donde realizó algunas mediciones científicas. Navegó, además, en las aguas de la laguna de Cuicocha en compañía del Sr. Pedro Pérez, quien, un mes más tarde, murió en el terremoto. (Aguilar, S.J.) Probablemente se trata de Pedro Pérez Pareja, dueño de la fábrica San Pedro en Otavalo y padre de Mons. Ulpiano Pérez Quiñónez, quien tenía cinco años al momento del terremoto y pernoctaba junto a su padre en Otavalo. Mons. Pérez Quiñónez sobrevivió al terremoto y fue el quinto obispo de Ibarra, entre 1907 y 1916.
[8] «Señor, no obres con nosotros según merecen nuestros pecados, ni nos retribuyas según nuestras iniquidades». La frase latina ha sido traducida de modo literal por mi amigo, el filólogo hispanoecuatoriano José María Sanz Acera, quien acota que se trata de una adaptación del versículo 10 del salmo 102 (102 en la traducción de la Vulgata y 103 de acuerdo al texto hebreo del Antiguo Testamento): «[El Señor] no obró con nosotros según merecen nuestros pecados, ni nos retribuyó según nuestras iniquidades». Para este investigador, «el texto latino de san Jerónimo ―es decir, el de la Vulgata― mantiene muy bien el paralelismo típico de la poesía hebrea, pero con un léxico que, más que latino «clásico», es plenamente perteneciente a la latinidad cristiana».
[9] De acuerdo con el Catalogus Provinciæ Castellanæ Societatis Iesu de 1868, el P. Antonio Borda, S.J. era el rector del Colegio de Quito. Siguiendo a esta misma fuente, el «P. Luciano» era el P. Luciano Navarro, S.J., que al año siguiente fue nombrado rector del colegio jesuita de Riobamba, cargo desde el cual impulsó, más adelante, la construcción de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús de esa ciudad (Jouanen, S.J., 2003). Los «Proaños» eran el P. Manuel José Proaño, S.J., promotor de la idea de la consagración del Ecuador al Corazón de Jesús en 1873, y el estudiante jesuita Eligio Proaño. El «P. Garcés» era el P. Miguel Garcés, S.J., miembro de la comunidad jesuita de Riobamba en 1868. (Catalogus Provinciæ Castellanæ Societatis Jesu ineunte año MDCCCLXVIII, 1868)