Por: Pablo Rosero Rivadeneira
Coordinador Técnico
Centro Cultural BEAEP
I
La falta de rigurosidad en la investigación histórica y la superficialidad de las redes sociales, entre otros factores, han avivado un famoso mito de nuestra historia: el de los amores de Don Gabriel García Moreno con la esposa de su asesino, Faustino Rayo.
Este ditirambo ha sido explotado hasta la exageración por los enemigos de don Gabriel. Sus apologistas, en cambio, han pretendido tapar el sol con un dedo, ocultando sus debilidades humanas. Sin el menor sentido crítico, muchas veces hemos pasado como historia oficial lo que en realidad es ficción literaria. Así ha sucedido con dos clásicos sobre la figura del ex presidente: Sé que vienen a matarme de Alicia Yánez Cossío y El Santo del Patíbulo de Benjamín Carrión.
Sin embargo, existen libros y documentos históricos poco consultados cuya lectura podría dejar sin fundamento los mitos que hemos dado por ciertos. Una de esas fuentes son las cartas que los misioneros jesuitas del Napo remitieron a García Moreno quejándose de los abusos, escándalos y desmanes protagonizados por Rayo en la Amazonía, además de su enriquecimiento vertiginoso, fruto del comercio de la pita que “compraba” o, más bien, arrebataba a los indígenas.
Apenas lo supo, García Moreno prohibió el ingreso de Rayo a la Amazonía, quebrando con ello los florecientes negocios del que había sido, hasta entonces, su eficiente colaborador. Aquí cabe una reflexión de perogrullo: ¿si García Moreno en realidad mantenía relaciones con la esposa de Rayo, no le era más conveniente tenerlo lo más lejos posible, en lugar de obligarlo a permanecer en Quito?
Curiosamente, la mañana misma del asesinato, Rayo y García Moreno conversaron amistosamente en casa de este último. Apenas seis horas más tarde, Rayo lo ultimaba a machetazos. El grito destemplado de “muere jesuita” quien sabe si tuvo su origen en las denuncias de los misioneros del Napo.
II
Una carencia en la historiografía nacional es la de una biografía equilibrada sobre Gabriel García Moreno. Admirado por unos y aborrecido por otros, los relatos sobre su vida oscilan entre la exaltación desmedida y la descalificación rencorosa. Un gran aporte para cerrar esta brecha constituye la biografía escrita por Hernán Rodríguez Castelo y que se encuentra en circulación bajo el sello de Paradiso Editores.
En este voluminoso libro es posible penetrar en la compleja personalidad de un hombre excepcional que puso las bases reales del estado nación luego del ominoso periodo del militarismo extranjero presidido por Flores y de los tibios gobiernos civilistas. Se exceptúa, por supuesto, la figura civilizatoria de Vicente Rocafuerte.
Un episodio poco conocido por los ecuatorianos es la grave crisis política de 1859 que, por poco, termina con el Ecuador. El peligro inminente de un conflicto bélico con el Perú, la secesión del territorio en varios gobiernos y el gran terremoto de Quito, configuraron el escenario de ese año terrible. Con hábiles maniobras y también con el peso de ser uno de los causantes de la crisis, García Moreno pudo superarla y se puso a planificar la nueva nación.
Al posesionarse de su primera presidencia, García Moreno trazó un panorama claro: “Lanzar al Ecuador con mano vigorosa por la senda de la prosperidad a través de la represión enérgica pero eficaz del crimen”. Al cabo de diecisiete años de permanencia directa o indirecta en el poder pudo alcanzar este proyecto a medias y a un gran costo de las libertades civiles. Simón Espinosa Cordero opina que, para rendir efecto duradero, el proyecto garciano necesitó al menos de quince años más de aplicación continua. Un grupo de liberales románticos y un inescrupuloso ex colaborador perjudicado en sus intereses truncaron ese proyecto y configuraron un error histórico.